Ocho años. Ése es el tiempo que haciá que Elvis Costello no pisaba Barcelona. De hecho, en un principio Costello debía actuar en el Poble Espanyol, recinto con más del doble de aforo, pero un ritmo de venta inferior a las previsones obligó a realojarlo en una sala más pequeña. Una lástima, la verdad cenario como si fuese la primera vez.
Así que en cierto modo Costello pinchó, si, pero quizá precisamente por eso mismo acabó firmando una actuación maravillosa. Porque, ante el socorrido recurso de echar mano de su condición de pieza museística del pop, el británico opta por seguir haciendo historia viva del rock acompañado por esos escuderos de lujo que son los Imposters.
O, lo que es lo mismo Steve Nieve y Pete Thomas (The Attractions) y Davey Faragher, tres músicos capaces de rehacer a su antojo el inmaculado repertorio del británico durante más de dos horas de puro lujo resueltas con tension, energía y vibrantes mutaciones de viejos clásicos. Durante todo ese tiempo Costello fue soulman, crooner, espídico, punk insolente, y, en fin, artista todoterreno con un diamante en la garganta y un puño en el estómago.
Al principio, le falló la voz y el sonido no acababa de cuajar, pero en cuanto descorchó "Watching The Detectives" y "Everyday I Write The Book", la noche alcanzó unas cotas de intensidad sísmicas con "Song With Rose" - dedicada a las víctimas del accidente de tren del Santiago de Compostela -, "A Slow Drag With Josephine," "Oliver's Army," "Walkin' My Baby Back Home" o "(I Don't Want To Go To) Chelsea" y él, de un humor espléndido, bromeaba a cuenta del nacimiento del rock en Barcelona y firmaba un lección de asistencia obligatoria para cualquiera que quiera subirse a un escenario algún día.
|