En otra muestra del poder reparador y creativo del arrepentimiento, Elvis Costello ha pasado de insinuar, harto del ruinoso trajín de la música digitalizada, que no volvería a pisar un estudio de grabación a descolgarse, al borde de los setenta años y tras superar un cáncer, con una trilogía que no baja del notable alto. Un fructífero renacimiento que se inauguró invocando al espíritu del Brill Building (Look Now, 2018), avanzó por los territorios del Tin Pan Alley (Hey Clockface, 2020) y culmina con este “The boy named If”, que se configura como un regreso a las esencias urgentes del pub rock de la mano de The Imposters, la engrasada maquinaria de acompañamiento que prácticamente repite la alineación titular de los míticos Attractions (hace tiempo que el bajista Bruce Thomas salió de las convocatorias).
Un movimiento que recuerda al de Brutal Youth a mediados de los años noventa, aunque la idea de retorno al punto de partida es una verdad a medias. Sí, el pistoletazo de salida de “Farewell, OK”, con el retrovisor directamente enfocado en Carl Perkins, es una flamígera carta de presentación que parece recién rescatada de los surcos de “My Aim Is True”. Pero, a pesar de articularse como una propuesta temática en torno a esa intolerable costumbre conocida como madurar, el trigésimo segundo disco de Declan MacManus es cualquier cosa menos homogéneo. En menos de una hora conviven muchos de los 'otros Costello' (faltan, por ejemplo, el vaquero melancólico y el intruso en la platea de la música culta) que se han dado codazos durante cuarenta y cinco años de trayectoria: el artesano pop que se mira en el espejo idealizado de McCartney ('Penelope Halfpenny'), el truhán-señor que se siente cómodo en su traje de 'crooner' y emula la elegancia sofisticada de Burt Bacharach ('The Red Rose Blue”) o esgrime el aguijón envuelto en seda de Randy Newman ('My most beautiful Mistake), el cínico desenmascarado que reaviva las llamas de su corazón soul ('What if I Can't Give You Anything but Love”), el arqueólogo que se hunde en las raíces del R&B y lo abona con estiércol punk...
Un cuadro completo que remite a escenas del pasado sin aventurarse en nuevos horizontes (algo reprochable en un tipo con incansable alma de explorador), pero en el que se aprecian un pulso firme y vigoroso (a pesar de que algunos temas se alargan más allá de lo que parecían exigir) y toneladas de sabiduría acumulada para armar, como si fuera la cosa más sencilla del mundo, fabulosas piezas de orfebrería como 'The Difference', impulsada a otra dimensión por los mágicos teclados de Steve Nieve, o 'The Death of Magic Thinking', en la que resuenan y retumban henchidos de euforia los tambores cercanos del desencanto. Está clarísimo que el tiempo es un bastardo implacable, pero a estas alturas Costello está hecho un chaval (resabiado, vale, pero eso ya venía de fábrica).
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